Nací y viví mis primeros años en el campo en Colonia, Uruguay. Crecí rodeada de vacas, caballos, ovejas y a mis tres años llegó una gran aliada de aventuras hasta hoy, mi hermana Florencia.

En esa época los huevos venían directo del gallinero y aún recuerdo cuando llegaba a casa la leche recién ordeñada. En preescolar mi tía Nora me mandaba las tareas y yo las hacía por mi cuenta. La verdad no recuerdo si las hacía ja, en esa época no era muy estricta con lo académico. En primaria la opción más cercana era una escuela rural tan pequeña que había una sola maestra para todos los niños, de primer a sexto grado. Había que tomar una decisión y mis papás definieron, sin consultarnos obvio, irnos a vivir a la ciudad más cercana, Colonia Suiza.

Luego de unos años felices de infancia y adolescencia, me fui a vivir a Montevideo para estudiar una carrera que no tenía muy claro cuál sería. Lo que sí sabía, dada mi historia familiar y mi entendimiento de ese momento, era que debía ser una carrera tradicional con por lo menos unos cientos de años de existencia.

Elegí Ingeniería Química primero y Contador Público después, me gradué y comencé a trabajar en empresas. En general me fue muy bien en ese mundo, me resultó fácil captar la cultura y ser parte. Sin embargo había una pulsión en mí que siempre me dijo que ese no era mi lugar definitivo. A medida que fui formando mi personalidad, más inquietudes tenía y más diversas, pero no lograba congeniar mis intereses con mi trabajo; era como una disociación, que a veces aceptaba y otras me agotaba.

Viajé a Estados Unidos en unas vacaciones de la Universidad y trabajé en la cocina de Deer Valley, años después me fui a India a profundizar en mi práctica de yoga, y luego empecé a estudiar Coaching en Chile, sin saber mucho de qué se trataba, pero confiando en mi intuición y en mis mentores.

Así seguí buscando y buscándome, pero fue recién en el 2016 que tuve una experiencia transformadora. Estábamos haciendo el Camino de Santiago con mi amiga Sil y en un momento nos desviamos del camino sin querer. Al principio pensamos que enseguida volveríamos pero al rato un cartel nos indicó que íbamos por un camino complementario, y que faltaban varios kilómetros para reencontrarnos con el camino principal.

Habíamos cruzado el Océano Atlántico solo para andar por esos caminos, y a esa altura del viaje habíamos caminado ya más de 300 kilómetros, por lo que desviarnos y caminar un rato más no parecía muy grave. Sin embargo me pasó algo... De pronto empecé a tener una sensación molesta en el cuerpo, una incomodidad difícil de definir y fue creciendo mi ansiedad. La vista era espectacular, un camino arbolado con un acantilado cerca, pero yo solo quería "volver al camino", no me importaba la vista, quería recuperar esa sensación de caminar con sentido que había tenido todos los días anteriores.

Cuando pude procesar la experiencia ¡ahí me di cuenta! Esa era la misma sensación que tenía en la oficina de mi trabajo, con una vista espectacular al Puerto del Buceo, pero con mucha incomodidad por saber profundamente que me había desviado de mi camino. Ese día me prometí no caminar nunca más sin sentido. Desde entonces me he dedicado exclusivamente a lo que siento que vine a hacer a este mundo: acompañar a personas y equipos en el aprendizaje de hábitos, prácticas y habilidades para una buena vida.

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